COMPROBADO CIENTÍFICAMENTE "SOMOS LUZ"
ABSORBEMOS, ALMACENAMOS, PRODUCIMOS Y EMITIMOS “LUZ”
Desde hace mucho tiempo ha sido comprobado que todos los seres vivos, sin excepción, emiten luz y están hechos de luz, de hecho, toda célula viva recibe la luz solar y la almacena y concentra para poder sustentarse y llevar a cabo todos sus procesos biológicos a través de los fotones, sus elementos constitutivos vitales, que ella misma absorbe, produce y emite. Este fenómeno físico y biológico de recibir, absorber, almacenar y emitir luz, lo conocen y desarrollan muy eficientemente las plantas, quienes realizan todo el tiempo el proceso conocido como fotosíntesis. Pues bien, no solo las plantas, sino que los animales, las rocas y los seres humanos también realizamos un proceso similar.
Hace más de 30 años un equipo encabezado por el científico e investigador alemán Fritz Albert Popp, profesor de Física en la Universidad de Marburgo (República Federal de Alemania), constató la existencia de la "Radiación Luminosa Celular", y aunque muchísimo antes los místicos, los maestros y demás personalidades de la espiritualidad y esoterismo lo habían advertido, no fue si no para ese entonces cuando científicamente se arrojó detalles de cómo esto era posible, dando una "luz de esperanza" e importancia a los diferentes tratamientos para el cáncer.
Desde el descubrimiento realizado por el científico ruso Alexander Gurvich, en 1923, acerca de la existencia de un tipo de radiación por medio de la cual las células se comunicaban entre sí, los biofísicos de todo el mundo han estado a la caza de las partículas y mecanismos implicados en este proceso. Gurvich, quien trabajó con cultivos celulares de plántulas de cebolla, observó que si se interponía un cristal de vidrio entre las células se producía una desincronización de sus divisiones reproductoras (mitosis); no así con un cristal de cuarzo. Lo que le llevó a pensar que existía una emisión de radiación electromagnética entre ellas, perteneciente a la banda de los rayos ultravioletas e implicada en un desconocido proceso informativo intercelular. Fue un compañero de Popp, del Laboratorio de Biofísica de la Universidad de Marburgo, Bernd Ruth, quien, hace ocho años, pareció dilucidar de una vez por todas la cuestión. Utilizando un multiplicador fotoelectrónico, aparato tan sensible que puede detectar la presencia de una luciérnaga a diez kilómetros de distancia, comprobó que realmente las células emitían luminosidad, aunque de ínfima intensidad (hecho del que, desde 1960, científicos rusos decían haber demostrado).
Ruth encontró, además, los portadores de dicha radiación: unas partículas a las que denominó biofotones. Y constató la excelente capacidad de las células sanas para emitirlas, detectarlas y acumularlas. Las objecciones surgieron esta vez ante la posibilidad de que esta irradiación fuera de origen térmico, ya que se sabe que todas las sustancias, animadas e inanimadas, emiten cierta radiación siempre que posean una temperatura superior al cero absoluto (-273,16 ºC). Esto es, precisamente, lo que el doctor Popp acaba de refutar, ya que la medición de la radiación celular resulta incomparablemente más potente que la producida por la temperatura.
Popp opina que este tipo de radiación se encuentra, efectivamente, al servicio de la comunicación celular, puesto que se trata de una emisión de tipo lasérico. Es decir, las células sanas no emiten ondas luminosas de forma caótica, sino rítmica y coherentemente (entendiendo por coherencia un parámetro indicador de la validez del intercambio de información en una comunicación), característica de los rayos láser. Ello supuso un nuevo punto de vista para el concepto de enfermedad, puesto que las células sanas han demostrado ser excelentes acumuladores de fotones y poseen mayor capacidad para conservar su energía que cualquier otro acumulador técnicamente realizable.
Su muerte, sin embargo, hace que se pierda esta capacidad. Hecho comprobado al observarse un aumento cien veces superior de irradiación luminosa cuando ello sucede y su desaparición total al cabo de unas horas. Para Popp, dado que el deterioro de un sistema biológico, la enfermedad y la muerte implican la disminución de la coherencia y, por consiguiente, el aumento de la pérdida de información, la observación de la radiación de las células vivas constituiría un instrumento inapreciable para realizar diagnósticos prematuros.
Incluso piensa que los organismos enfermos podrían someterse a un tratamiento de coherencia, mediante la aplicación de un estímulo rítmico exterior, para recuperar el ritmo propio. Esta terapia podría ser, por ejemplo, el uso del láser infrarrojo a diodos, ya que científicos de la Universidad de Alma Atta (Unión Soviética) descubrieron en la década de los sesenta que la radiación de esta zona del espectro es, precisamente, una de las más importantes y mayoritarias emitidas por las células.
Otro punto interesante derivado de las investigaciones de este físico alemán se refiere a la concepción termodinámica de los sistemas biológicos. Se reconocía, hasta ahora, su capacidad de intercambiar no sólo energía con su entorno, sino también materia, por lo que son considerados, desde el punto de vista físico, sistemas abiertos, no conclusos. La reciente aportación de Popp, defendida hace años por el premio Nobel belga llya Prigogine, es que el ser vivo es, en realidad, el resultado de un complicado y permanente proceso de equilibrio entre las desviaciones más diversas de un estado aparentemente constante, así como que el grado de orden que puede alcanzar y mantener bien acotado por el punto a partir del cual la emisión de la radiación celular deja de ser de tipo lasérico, el denominado umbral láser.
Fuente: El País.
Con aportaciones del Centro de la Sabiduría Antigua.
Publicado por Consciencia Cósmica
29-02-2020
Desde hace mucho tiempo ha sido comprobado que todos los seres vivos, sin excepción, emiten luz y están hechos de luz, de hecho, toda célula viva recibe la luz solar y la almacena y concentra para poder sustentarse y llevar a cabo todos sus procesos biológicos a través de los fotones, sus elementos constitutivos vitales, que ella misma absorbe, produce y emite. Este fenómeno físico y biológico de recibir, absorber, almacenar y emitir luz, lo conocen y desarrollan muy eficientemente las plantas, quienes realizan todo el tiempo el proceso conocido como fotosíntesis. Pues bien, no solo las plantas, sino que los animales, las rocas y los seres humanos también realizamos un proceso similar.
Hace más de 30 años un equipo encabezado por el científico e investigador alemán Fritz Albert Popp, profesor de Física en la Universidad de Marburgo (República Federal de Alemania), constató la existencia de la "Radiación Luminosa Celular", y aunque muchísimo antes los místicos, los maestros y demás personalidades de la espiritualidad y esoterismo lo habían advertido, no fue si no para ese entonces cuando científicamente se arrojó detalles de cómo esto era posible, dando una "luz de esperanza" e importancia a los diferentes tratamientos para el cáncer.
Desde el descubrimiento realizado por el científico ruso Alexander Gurvich, en 1923, acerca de la existencia de un tipo de radiación por medio de la cual las células se comunicaban entre sí, los biofísicos de todo el mundo han estado a la caza de las partículas y mecanismos implicados en este proceso. Gurvich, quien trabajó con cultivos celulares de plántulas de cebolla, observó que si se interponía un cristal de vidrio entre las células se producía una desincronización de sus divisiones reproductoras (mitosis); no así con un cristal de cuarzo. Lo que le llevó a pensar que existía una emisión de radiación electromagnética entre ellas, perteneciente a la banda de los rayos ultravioletas e implicada en un desconocido proceso informativo intercelular. Fue un compañero de Popp, del Laboratorio de Biofísica de la Universidad de Marburgo, Bernd Ruth, quien, hace ocho años, pareció dilucidar de una vez por todas la cuestión. Utilizando un multiplicador fotoelectrónico, aparato tan sensible que puede detectar la presencia de una luciérnaga a diez kilómetros de distancia, comprobó que realmente las células emitían luminosidad, aunque de ínfima intensidad (hecho del que, desde 1960, científicos rusos decían haber demostrado).
Ruth encontró, además, los portadores de dicha radiación: unas partículas a las que denominó biofotones. Y constató la excelente capacidad de las células sanas para emitirlas, detectarlas y acumularlas. Las objecciones surgieron esta vez ante la posibilidad de que esta irradiación fuera de origen térmico, ya que se sabe que todas las sustancias, animadas e inanimadas, emiten cierta radiación siempre que posean una temperatura superior al cero absoluto (-273,16 ºC). Esto es, precisamente, lo que el doctor Popp acaba de refutar, ya que la medición de la radiación celular resulta incomparablemente más potente que la producida por la temperatura.
Popp opina que este tipo de radiación se encuentra, efectivamente, al servicio de la comunicación celular, puesto que se trata de una emisión de tipo lasérico. Es decir, las células sanas no emiten ondas luminosas de forma caótica, sino rítmica y coherentemente (entendiendo por coherencia un parámetro indicador de la validez del intercambio de información en una comunicación), característica de los rayos láser. Ello supuso un nuevo punto de vista para el concepto de enfermedad, puesto que las células sanas han demostrado ser excelentes acumuladores de fotones y poseen mayor capacidad para conservar su energía que cualquier otro acumulador técnicamente realizable.
Su muerte, sin embargo, hace que se pierda esta capacidad. Hecho comprobado al observarse un aumento cien veces superior de irradiación luminosa cuando ello sucede y su desaparición total al cabo de unas horas. Para Popp, dado que el deterioro de un sistema biológico, la enfermedad y la muerte implican la disminución de la coherencia y, por consiguiente, el aumento de la pérdida de información, la observación de la radiación de las células vivas constituiría un instrumento inapreciable para realizar diagnósticos prematuros.
Incluso piensa que los organismos enfermos podrían someterse a un tratamiento de coherencia, mediante la aplicación de un estímulo rítmico exterior, para recuperar el ritmo propio. Esta terapia podría ser, por ejemplo, el uso del láser infrarrojo a diodos, ya que científicos de la Universidad de Alma Atta (Unión Soviética) descubrieron en la década de los sesenta que la radiación de esta zona del espectro es, precisamente, una de las más importantes y mayoritarias emitidas por las células.
Otro punto interesante derivado de las investigaciones de este físico alemán se refiere a la concepción termodinámica de los sistemas biológicos. Se reconocía, hasta ahora, su capacidad de intercambiar no sólo energía con su entorno, sino también materia, por lo que son considerados, desde el punto de vista físico, sistemas abiertos, no conclusos. La reciente aportación de Popp, defendida hace años por el premio Nobel belga llya Prigogine, es que el ser vivo es, en realidad, el resultado de un complicado y permanente proceso de equilibrio entre las desviaciones más diversas de un estado aparentemente constante, así como que el grado de orden que puede alcanzar y mantener bien acotado por el punto a partir del cual la emisión de la radiación celular deja de ser de tipo lasérico, el denominado umbral láser.
Fuente: El País.
Con aportaciones del Centro de la Sabiduría Antigua.
Publicado por Consciencia Cósmica
29-02-2020
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